Autor:
Fco. Javier López
González. Psicólogo. Especialidad Clínica.
Centro Médico Estación. Alicante.
D.E.A. en Medicina Clínica.
De
manera más o menos consensuada, se considera a España uno de los países con más
tasas de personas envejecidas, según el Instituto Nacional de Estadística, (INE,
2002) y, según las últimas revisiones de Naciones Unidas, se le asigna a nuestro país un 35%
aproximadamente de personas mayores de 65 años. Lo mismo acontece con los datos
del IMSERSO del 2002 al 2004 en el que se pasaba de 6.842.143 a 7.276.620
personas. (IMSERSO, 2004, 2006).
Al
hilo de estos datos, la población “octogenaria”
en España se sitúa en torno a 1.756.844 personas; es decir, el 4.10% total de
nuestro país; en el cual se prevé que en el año
2050 este porcentaje aumente considerablemente, o sea, concretamente,
representará el 11.40% del total aludido. Todo ello en revisiones más recientes
de Naciones Unidas, (Naciones Unidas, 2003).
Este
envejecimiento poblacional da lugar a múltiples implicaciones psicosociales,
algunas de ellas vinculadas a promover los recursos necesarios para manejar el
aumento de patologías asociadas a la edad avanzada (como podrían ser las
demencias o la depresión), y otras, dirigidas a promover lo que la OMS denomina
un envejecimiento activo y, más saludable
que el pasivo o sedentario: “El proceso de optimización de las oportunidades de
salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a
medida que las personas envejecen” (OMS, 2002). Este concepto hace énfasis en
los potenciales del individuo y en el fomento de los mismos a través de
determinantes referidos a variables del individuo y de su entorno físico y
social.
Fuentes
de Variabilidad implicadas en el proceso.
Las fuentes de variabilidad y sobre las que se hablará más
adelante, son: las propias influencias derivadas de la edad cronológica, las
relativas al contexto socio-cultural e histórico y las referidas a aspectos
no-normativos, (aspectos personales). Estos tres factores varían en el grado de su influencia a lo largo del ciclo vital. Los
efectos de la edad (madurez), son más explicativas en la niñez y menos
importante en la vejez, mientras que el contexto histórico-cultural y las
influencias no-normativas, empiezan a manifestarse e incrementarse a partir de
la juventud. (Baltes y Smith, 2004).
Esto
da cuenta de la importancia de promover
y entrenar habilidades personales durante todo el ciclo vital y, de forma
específica durante la vejez, pudiendo ser habilidades tanto cognitivas, como
emocionales y conductuales.
Así pues, dentro de
este enfoque del ciclo vital, se entiende que el envejecimiento patológico se
refiere a: “aquél proceso en el que
se producen enfermedades físicas o mentales; “el envejecimiento normal” se refiere a “aquél en el que no se dan
circunstancias patológicas”; y, por último, el “envejecimiento óptimo o exitoso”, sería aquél en el que partiendo
de condiciones personales adecuadas (de salud, económicas, educativas, etc.), transcurre en condiciones ambientales
también óptimas. (Fernández-Ballesteros, 1996). Objetivar cuáles son esas
variables, personales y ambientales, que las posibilitan, tiene un carácter
psicológico; es decir, es objeto de investigación y práctica aplicada de la
psico-gerontología.
El
envejecimiento saludable: interacción entre variables personales y el entorno.
El bienestar y la salud en la vejez, dependen por tanto de
diversas variables, entre las intrínsecas, los factores psicológicos juegan un
gran papel, y, por tanto, la psicología tiene un peso decisivo en la promoción
del envejecimiento saludable y activo.
Como
señala Fernández Ballesteros (2006), existirían cuatro dominios en la promoción
del envejecimiento activo sobre los que intervenir a nivel de la “persona”:
1)
Estilos de vida y funcionamiento físico.
2)
Funcionamiento cognitivo.
3)
Funcionamiento afectivo y afrontamiento.
4)
Funcionamiento social y participación.
En el modelo de la OMS,
como se refleja en la tabla de abajo, establece unos determinantes del
envejecimiento “activo”. (Organización
Mundial de la Salud, 2002).
Locus de control:
Con
referencia a la percepción de control interno y auto-eficacia, sabemos que el
locus de control interno ejerce influencia en la salud porque aumenta las
conductas de auto-cuidado, influye en la búsqueda activa de información,
mantiene la realización de las actividades de la vida diaria y proporciona
mayor satisfacción. (Entendemos por locus
de control interno aquél estilo de personalidad que es capaz de modificar
su conducta independientemente de los factores ambientales, pensando que es en
“su mano” donde están las fuentes de
cambio). Del mismo modo el externo dependería más de “los otros” y el anciano, en este caso, lo vería como menos
modificable, ya que no atribuye a él mismo, dichas fuentes.
La
“auto-eficacia” (Bandura, 1998)
influye en las expectativas, en los esfuerzos y perseverancia, en la
resistencia a la adversidad y la vulnerabilidad al estrés y la depresión.
En
cuanto a la actividad física y mental, son ambos predictores indiscutibles del
envejecimiento activo, así las recomendaciones conductuales para conseguirlo de
un a manera óptima se basan en tipos de actividades a desarrollar.
Según
Fernández Ballesteros (2002) algunas manifestaciones de la vejez modificables
son las siguientes:
Para
el declive intelectual: ejercicios
mentales.
Olvido:
aprender estrategias para recordar
Lentitud:
ejercicios
Movilidad reducida:
estiramientos
Insomnio:
relajación, higiene del sueño
Depresión:
actividades agradables, reestructuración cognitiva
Aburrimiento:
creación de nuevos aprendizajes.
Habilidades
de afrontamiento y envejecimiento
Así
pues, los cuatro dominios anteriormente citados se podrían reducir a habilidades
y recursos sobre los que trabajar. El afrontamiento, tal y como lo explican
Bueno & Navarro, (Bueno y Navarro, 2004), es un factor estabilizador que
puede ayudar a las personas a adaptarse psicológicamente en períodos de estrés.
Se considera un término genérico que engloba todos los pensamientos y
comportamientos necesarios para hacer frente a una situación de estrés o
ansiedad; en definitiva, sobre-activación, temor, y, pensamientos
disfuncionales.
Así
el papel del psicólogo en la promoción del envejecimiento activo destaca como
defensor de la salud, educador y dinamizador social, dichas funciones las
abarca la psicología clínica y de la salud, la educativa y la de intervención
social respectivamente.
Las
funciones del psicólogo en el ámbito gerontológico, como método de afrontamiento de estrés o ansiedad, serían,
(Santamaría, 2004):
Psicología
clínica y de la salud: evaluación e intervención psicológica
de trastornos mentales, labor preventiva a través de la asesoría y consejo
individual, etc.
Psicología
de intervención social: diseño y promoción de programas y
servicios comunitarios y sociales que contemplen la participación de las
personas mayores en la sociedad, atención directa a mayores, familias y
trabajadores, etc.
Psicología
del trabajo y de las organizaciones: selección, evaluación
y orientación del personal, formación y desarrollo del personal, evaluación y
mejora de condiciones de trabajo y salud, etc.
Psicología
jurídica: protección jurídica de los mayores en el ámbito de
la salud, el derecho de alimentos entre parientes, el maltrato físico y
psicológico a las personas mayores, etc.
Psicología
educativa: educar en una imagen social del mayor exenta de
prejuicios y estereotipos, regulación progresiva de la jubilación y preparación
de la misma, etc.
Estrés
Psicológico y Envejecimiento.
Desde la perspectiva de
estudio de la “Resistencia Psicológica” aplicada al ámbito gerontológico, se
podría valorar asimismo la capacidad de adaptación a los cambios y los recursos
personales y del entorno que lo facilitan. Para Garmezy (1991) la resistencia
es la capacidad para recuperar y mantener un comportamiento adaptativo
(oportuno, saludable y que aumente nuestra capacidad de obrar), después
de la retirada de un evento estresante, así como el polo positivo de las
diferencias individuales, en la respuesta de la gente a la adversidad y al
estrés. En suma, este concepto según Staundinger et al., 1999, implica dos
tipos de fenómenos:
1º el mantenimiento de
un desarrollo normal aunque haya un riesgo o problema.
2º la recuperación de
un funcionamiento normal después de una experiencia traumática.
En una revisión que realizaron Bueno y Navarro (2004),
resaltaron que estos autores conceptuaron la “Resistencia”, como un tipo de “plasticidad”.
Mientras la plasticidad en principio
recoge el potencial para cualquier cambio en la capacidad adaptativa,
(incluyendo crecimiento, mantenimiento y declive), la resistencia se refiere al potencial para el mantenimiento y para
re-obtener niveles de adaptación normales. Como la capacidad de reserva, la
resistencia implica la presencia de recursos latentes que pueden ser activados
en cualquier momento.
Por
último, por factor protector se entiende cualquier característica medible en
una persona o grupo de personas que predice resultados positivos en un contexto
de riesgo o adversidad. La siguiente tabla ilustraría –y resumiría- lo que
queremos decir:
- Tomado de Rocío Fernández-Ballesteros.
El
cambio o modificación en las manifestaciones de la vejez.
La
auto-eficacia pone en disposición a las
personas de permitir o consentir elegir, situaciones de reto, explorar su medio
o crear nuevos entornos, por ejemplo. (Baessler y Schwarzer, 1996). Por otra
parte, el ejercicio físico y mental -que según los datos no admiten
controversia, a través de los estudios realizados al respecto- son buenos
predictores del “envejecimiento activo”
como prefiere denominarlo Lehr. (Lehr, 1999).
Así, en revisiones nuevamente, nos encontramos con que “la actividad” operativizada como:
deportes adecuados a la edad, actividades culturales, actividades sociales o de
ocio y tiempo libre…, predijeron en gran medida la supervivencia de los
sujetos. De este modo, como indica Fernández-Ballesteros, como en la actividad
está la clave para el mantenimiento y optimización de las funciones las
sugerencias o recomendaciones para promover un envejecimiento activo
modificables en la vejez, presenta en la siguiente tabla una sistematización de
las mismas. (Fernández-Ballesteros, 2002).
- Adaptado por Fco. Javier López González.
- Tomado de Rocío Fernández-Ballesteros.
La
actividad en forma de ejercicios capaces de entrenar funciones físicas y/o
cognitivas, permite en los términos relatados en el artículo, compensar el
declive propio de la edad y optimizar capacidades preservadas, todo ello en
aras de mantener unos buenos niveles de capacidad funcional.
En lo
relativo al efecto de la actividad intelectual, la investigación
gerontológica muestra como la misma “compensa”
el “declive cognitivo” producido por el mero paso del tiempo. (Por ejemplo, Fernández-Ballesteros
y cols., 2003).
Sobre
la actividad física es muy vasta ya la literatura especializada en
estudios que muestran resultados incontrovertibles cómo existe una correlación
entre esta variable (actividad física),
no sólo entre indicadores de salud y
funcionamiento físico (Lehr y Jüchtern, 1997), sino que asimismo, en funcionamiento cognitivo, (Colcombe y
cols., 2006), y con ajuste emocional,
(Jerome et al., 2002).
Los
mecanismos que explican estos beneficios sobre la salud parecen
relativos al efecto sobre los niveles de ansiedad
por la regulación de los niveles de cortisol. (Bandura, 1991), o, por el aumento
de la percepción de auto-eficacia, (McAuley
et al., 1995), siendo dichos mecanismos los que están inherentemente unidos a
los beneficios de la actividad física sobre el afecto también, ya que por
ejemplo, dicha actividad favorece el transporte y la utilización de oxígeno a
nivel cerebral, lo que desde luego arroja reultados positivos luego sobre el rendimiento intelectual. (Chodzko-Zadjo,
1991).
La
actividad social (operativizada en indicadores de red social y
participación en dichas actividades), se asocia también con el mantenimiento de
la salud y bienestar en los ancianos o personas mayores, (Buz et al., 2004).
Los mecanismos explicativos de esta asociación o vínculo entre variables hacen
pensar a través de los resultados obtenidos en estudios de grupos, que las
relaciones sociales son factores protectores del estrés y, por lo tanto, de sus
efectos devastadores sobre la salud. (Bath y Deeg, 2005). En definitiva, dichas
relaciones ayudarían a afrontar el posible déficit de estos recursos asociados a
esta franja de edad; operativizados estos como: pérdidas de familiares o
diagnósticos de enfermedad, por poner sólo dos ejemplos. (Antonucci et al.,
2002).
Concluyendo
y con el objeto o ánimo de dar un salto de los resultados de las
investigaciones realizadas, al ámbito aplicado, los cuatro dominios de los que
hemos partido se podrían traducir a habilidades y recursos sobre los que
trabajar. Ejemplos de ello, serían: la promoción de hábitos de vida saludables,
la estimulación cognitiva, el entrenamiento en habilidades emocionales,
percepción de control interno, y desarrollo de habilidades sociales.
Para
finalizar el manuscrito, no sería ocioso recordar los programas de corte
psicopedagógico para materializar la promoción del envejecimiento activo desde
la práctica psicológica en el ámbito comunitario, un ejemplo de ellos el
programa “Vivir con Vitalidad”
(Fernández Ballesteros, 2002) cuyos objetivos son:
A) Eliminar
conceptos erróneos sobre el envejecimiento,
B) Transmitir
conocimientos básicos sobre como envejecer activa y competentemente,
C) Promover
estilos de vida saludables.
D) entrenar
en estrategias para optimizar competencias cognitivas, emocionales, motoras y
sociales,
E) Promover
el desarrollo personal y la participación social.
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