Sería conveniente que los seres humanos,
fuéramos conocedores de los beneficios de “un
buen dormir” y las consecuencias de “un
mal dormir”. Dormir las horas adecuadas (7 u 8 horas), despertarnos con la
sensación de haber descansado bien, con ganas de afrontar un nuevo día y las
obligaciones que ello conlleva, hace que nuestra actitud sea marcadamente
positiva, nos encontramos con fuerza para de forma coloquial “aguantar los que nos echen”, pero todo
lo contrario nos sucede cuando hemos pasado “una
mala noche”, cuando nuestras horas de sueño han sido inferiores a las que
habitualmente dormimos, incluso, cuando dormimos una media de seis o siete
horas, pero de forma no continuada, o las pesadillas se han hecho eco de
nosotros durante la noche; al despertar de forma voluntaria o cuando oímos el
sonido del despertador que nos avisa que hay que “saltar” de la cama, el mundo se nos viene encima, afrontar el
nuevo día, nos viene “cuesta arriba”.
Desde hace unos meses, la palabra Covid-19,
retumba en nuestros cerebros cientos de veces cada día, lo oímos en medios de
comunicación, y redes sociales, la presión mediática es apabullante y hace
mella en nosotros.
Las calles vacías de personas parecen
agónicas, con un ambiente sórdido o extraño, gente con mascarillas y guantes
durante las salidas que hacemos para nuestras compras esenciales (artículos de
primera necesidad), colas en supermercados u otros comercios que suscitan en
algunas personas ataques de pánico, desasosiego, etc., colas en cualquier comercio
o entidad básica abierta al público, nos encontramos con estos grandes
hándicaps que hacen que incremente nuestra ansiedad, ansiedad que si no
controlamos durante el día vamos a llegar a la noche con ella, provocando a la
hora de ir al dormitorio, que nos acostemos activados, psicofisiológicamente
hablando, a causa de la ansiedad, si es que no hemos aplicado técnicas de
afrontamiento que nos haya enseñado nuestro psicólogo , de esta manera “el
insomnio está servido”, sobre todo el de iniciación,
también el sueño durante la noche se ve afectado, dando lugar a despertares
nocturnos, lo que consolidaría la fase de mantenimiento;
es decir, periodos de vigilia durante la madrugada en los cuales al sujeto le
es imposible volver a conciliar el sueño.
El virus del Covid-19 y las medidas de
confinamiento adoptadas por el gobierno han pasado a formar parte de nuestros
días y nuestras noches; desayunamos, almorzamos y cenamos con este “latinajo”. Van pasando las semanas, y
seguimos viviendo de un modo diferente al que lo hacíamos antes de que este “intruso silencioso e invisible” entrara
en nuestras vidas, las noticias de miles de nuevos contagios, de centenares de
fallecidos por “él”, ha producido en
ciertas personas, (bien porque no hacían deporte en sus casas por cuestiones
logísticas o de otra índole), que no hagan uso de una buena higiene del sueño.
El salir a la calle por periodos limitados, a horas determinadas y por lugares
determinados en la fase primera de la desescalada, ha conducido a que a muchas
personas esté método no le sea suficiente, necesitando hacer así más horas de
deporte, para llegar más cansados al lecho.
Por lo que, en general, el abandono de
hábitos a los que estábamos acostumbrados: acudir cada día al trabajo, las
reuniones sociales con amigos y familiares, horas de deporte, paseos, compras,
ha dado un vuelco tan importante en nuestras vidas, que al finalizar el día:
nuestras horas de descanso, de sueño, ese sueño reparador tan necesario para
que nuestro organismo y nuestro cerebro se mantenga en condiciones óptimas, se
ha visto seriamente afectado, dando lugar a la aparición de uno de los
trastornos más prevalentes en nuestros días: el trastorno de insomnio.
Los
medios de comunicación nos presentan publicidad que si bien en ciertos aspectos
intentan un refuerzo positivo, en otros publicitan fármacos y productos de
parafarmacia para mejorar nuestro descanso y alguna que otra receta mágica,
introducida en programas de tertulias, emitidas por psiquiatras, epidemiólogos,
virólogos, etc, haciendo que la presencia del psicólogo no sea escasa sino
nula, como ya hemos explicado anteriormente con los psicofármacos (parches
momentáneos).
Sí, deciros que no es recomendable
diagnosticar “a la ligera” que tenemos un trastorno de insomnio; no dormir cada
día las horas recomendadas, o alguna noche, dormir “mal”, no es suficiente para
padecerlo, es necesaria una evaluación cognitivo conductual exhaustiva (que
incluye registros psicofisiológicos, medidas de autoinforme, observación
directa) para hacer un análisis
funcional del comportamiento del sueño y observar así cómo ha debutado, qué
frecuencia tiene, qué intensidad alcanza y su mantenimiento, en definitiva,
conocer los aspectos de esta patología para poder modificarla con efectividad,
cosa que hace un psicólogo, no un psiquiatra, ni un pediatra en caso de niños y
adolescentes.
Recomendamos que si persiste en el tiempo,
nuestro “mal dormir”; si comenzamos a dormir durante el día (porque no hemos descansado
durante la noche), si empezamos a levantarnos tarde, por la misma causa (por no
haber dormido o habernos dormido tarde), nos encontramos disfóricos, apáticos,
sin motivación, irritables, etc, el círculo vicioso del insomnio “está servido”,
es momento de acudir a un psicólogo de confianza para que no se perpetúe el
cuadro sobremanera.
Si nos guiamos por el DSM-V (Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, 5ª edición, 2013), podemos
diferenciar entre lo que significa tener “unos días en los que duermo mal, me
despierto varias veces durante la noche, al despertar me noto tenso/a,” o
padecer un trastorno de insomnio. Éste se caracteriza (según DSM-V) por una
predominante insatisfacción por la cantidad o calidad del sueño, cuando va
asociada a uno o más de los siguientes síntomas: dificultad para iniciar el
sueño, para mantenerlo y/o despertar pronto por la mañana con incapacidad para
volver a dormirnos. La alteración del sueño causa malestar clínicamente
significativo o deterioro en áreas importantes del funcionamiento. La
dificultad del sueño se produce al menos tres noches a la semana, está presente
durante un mínimo de tres meses y se produce a pesar de las condiciones
favorables para dormir. Determinaremos si es específico: los síntomas duran
como mínimo un mes pero menos de tres meses; persistente: los síntomas duran
tres meses o más o recurrente: se dan dos o más episodios en el plazo de un
año.
Si nos encontrásemos ante un viaje
inesperado, dormir en lecho extraño, etc, es decir, que el insomnio fuese
puntual, se podrían recomendar los siguientes tratamientos psicofarmacológicos:
a) Benzodiazepinas, son efectivas en
cortos periodos de tiempo, ya que al segundo o tercer día de su ingesta, o tras
la habituación del sujeto a la misma pierden el poder hipnótico, se puede
citar: lorazepam, alprazolam, bromazepam, cloracepato, etc.
b) Hipnóticos
con receta: también son derivados de las benzodiazepinas, actúan
prolongadamente, se toman por prescripción médica (psiquiatra o médico de
atención primaria), causan dependencia, tolerancia e insomnio de rebote si no
se retiran tras un tiempo prolongado gradualmente. Otro problema frecuente son
los posibles accidentes domésticos (por ejemplo: levantarse al aseo durante la
noche y sufrir un tropiezo o caída), entre ellos podemos citar: lormetazepam,
flunitrazepam, etc.
c) Antidepresivos
sedantes: actualmente y más propensos dado su poder antihistamínico a
utilizar por ejemplo la trazodona a dosis muy superiores que a las que se
prescriben para el tratamiento de la depresión, no habiendo ensayos clínicos
suficientes ni información en la literatura especializada sobre cómo actúan y
cuáles son los efectos a largo plazo de tomar este fármaco (embotamiento
afectivo, ganancia de peso, etc).
d) Fitoterapia:
hay en el mercado (parafarmacia, herbodietéticas) algunos compuestos herbáceos
u hormonales que prometen vencer el insomnio, no habiendo tampoco evidencia
empírica que lo avale, entre ellos podemos citar basandónos en la hipótesis
serotoninérgica de la ansiedad (lo cual no deja de ser una hipótesis) hipérico,
melatonina, valeriana, pasiflora, melisa, tila, y así un largo etcétera;
ninguno de ellos se ha mostrado eficaz frente al grupo control placebo.
e) Otros agentes inductores del
sueño: zolpidem y zoplicona. No se puede considerar que causen dependencia
aunque precisen de receta facultativa, confundiéndose ésta con un periodo de
insomnio de rebote tras la retirada gradual del fármaco.
Los tratamientos que los psicólogos de
corte cognitivo conductual aplicamos son variados, dependiendo de los
resultados que arroje la evaluación del paciente, se podrá perfeccionar un
abordaje individualizado que ayude a su conducta insomne, entre ellos podemos
destacar: entrenamiento en relajación, biofeedback, control del estímulo,
restricción del tiempo de sueño, higiene del sueño, técnicas cognitivas, la
intención paradójica y tratamientos combinados.
En lo referente al tratamiento del insomnio
en niños y adolescentes, nos encontramos con la utilidad de aplicación de
técnicas operantes aplicadas por los padres, tales como la retirada progresiva
de la atención y el reforzamiento positivo.
En pacientes gerontológicos, los
mecanismos fisiológicos del sueño son más ambiguos y diferentes en comparación
con población adulta y niños y adolescentes.
Así pues, la propuesta del tratamiento
farmacológico es indicada hoy en día por la mayoría de médicos de familia y
psiquíatras, pero no está exenta de riesgos, entre otros, la tolerancia y la
dependencia, es por esto, que los tratamientos psicológicos se han mostrado más
eficaces y más efectivos que los tratamientos farmacológicos, además su
consolidación a largo plazo es mayor que la de estos últimos.
Autores:
Francisco
Javier López González CV08702: Psicólogo Generalista Sanitario, D.E.A. en Medicina Interna,
Perito Judicial en Psicofarmacología.
María
Teresa Pérez Marín CV12012: Psicólogo Generalista Sanitario.
María
Pilar Hernández Mora CV12748: Psicólogo Generalista
Sanitario.
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