Un caso real...
Ana, 40 años, casada
con una hija de 18 años, se dedica al ejercicio libre de la abogacía. Vive con
su familia en una urbanización a las afueras de la ciudad.
Hace diez años, la
intervinieron quirúrgicamente de apendicitis, tuvo una complicación infecciosa,
lo que le hizo permanecer ingresada en el hospital, más días de lo previsto.
A partir de esto, Ana
empezó a “coger manía” a las enfermedades, y centró su atención en la fosa
ilíaca derecha a pesar de que su médico le decía que la herida había
cicatrizado bien, que la operación se realizó con éxito, y la tranquilizaba
diciéndole que no había motivo de preocupación.
Pese a visitar a su
médico de atención primaria casi a diario, también buscaba otras fuentes de
consultas, médicos privados, mutua laboral, etc. porque decía que tenía dolores en el pecho,
brazo izquierdo, y la típica molestia de la intervención.
Empezó a centrarse en
sus síntomas corporales, si iba o no estreñida, se autoexploraba físicamente
para encontrarse bultos, se tomaba el pulso y la tensión en la farmacia, a
diario, y todos los valores estaban dentro de la normalidad. Pasaba gran parte
del día con ansiedad, cuando oía noticias de algún conocido que había
enfermado, pensaba que a ella le sucedería lo mismo.
En una de las visitas
al médico, éste le dijo que sería conveniente que acudiera a consulta de
psiquiatría para tratar lo que podría ser una posible hipocondría. Ana aunque
reticente, acude a consulta de psiquiatra, quien tras valorarla le diagnostica
trastorno hipocondríaco e instaura tratamiento con fármacos ansiolíticos y
antidepresivo tricíclico.
Pasados unos meses los síntomas de Ana no remiten, por lo
que el psiquiatra le aconseja consultar con un psicólogo para que le aplique
terapia cognitivo conductual. Tras ocho meses de terapia los síntomas de Ana,
mejoraron notablemente, consolidándose los cambios al año del seguimiento.
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