miércoles, 13 de marzo de 2013

HIPOCONDRÍA



Un caso real...

Ana, 40 años, casada con una hija de 18 años, se dedica al ejercicio libre de la abogacía. Vive con su familia en una urbanización a las afueras de la ciudad.

Hace diez años, la intervinieron quirúrgicamente de apendicitis, tuvo una complicación infecciosa, lo que le hizo permanecer ingresada en el hospital, más días de lo previsto.

A partir de esto, Ana empezó a “coger manía” a las enfermedades, y centró su atención en la fosa ilíaca derecha a pesar de que su médico le decía que la herida había cicatrizado bien, que la operación se realizó con éxito, y la tranquilizaba diciéndole que no había motivo de preocupación.

Pese a visitar a su médico de atención primaria casi a diario, también buscaba otras fuentes de consultas, médicos privados, mutua laboral, etc.  porque decía que tenía dolores en el pecho, brazo izquierdo, y la típica molestia de la intervención.

Empezó a centrarse en sus síntomas corporales, si iba o no estreñida, se autoexploraba físicamente para encontrarse bultos, se tomaba el pulso y la tensión en la farmacia, a diario, y todos los valores estaban dentro de la normalidad. Pasaba gran parte del día con ansiedad, cuando oía noticias de algún conocido que había enfermado, pensaba que a ella le sucedería lo mismo.

En una de las visitas al médico, éste le dijo que sería conveniente que acudiera a consulta de psiquiatría para tratar lo que podría ser una posible hipocondría. Ana aunque reticente, acude a consulta de psiquiatra, quien tras valorarla le diagnostica trastorno hipocondríaco e instaura tratamiento con fármacos ansiolíticos y antidepresivo tricíclico.

Pasados unos  meses los síntomas de Ana no remiten, por lo que el psiquiatra le aconseja consultar con un psicólogo para que le aplique terapia cognitivo conductual. Tras ocho meses de terapia los síntomas de Ana, mejoraron notablemente, consolidándose los cambios al año del seguimiento.

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