Un caso real...
Carlos, 40 años,
casado, gerente de una empresa de informática. Acude a nuestra consulta por
presentar dificultades para asistir al trabajo, acudir a cafeterías, reuniones,
restaurantes, centros comerciales, transporte público, también refiere sentirse
muy deprimido. Anteriormente había acudido al médico de atención primaria,
quien le había prescrito antidepresivos y ansiolíticos que aún sigue tomando.
Nos relata que todo se
remonta a siete años atrás, cuando estando en un restaurante en una cena de
negocios, de repente, comenzó a notar unas sensaciones corporales que nunca
antes había notado: palpitaciones, sudoración, sensación de asfixia, molestias
en el pecho, náuseas, vértigo, sensación de cosquilleo en las manos, ráfagas de
frio, y un miedo horrible a perder el control, volverse loco y a morir.
La crisis le duró unos diez minutos y para los compañeros de mesa pasó
desapercibida. A partir de ese día, Carlos se volvió temeroso, pensando que en
cualquier momento podría repetirle, presentaba ansiedad cada vez que por
motivos de trabajo tenía que acudir a un restaurante.
Pasado unos días y
estando en su casa comiendo con su señora, le repitió, esta vez de manera más
intensa, hasta el punto de que lo llevaron al hospital pensando que podía
tratarse de un infarto de miocardio, ya que presentaba ahogo y dolor
precordial, tras revisión médica le dijeron que no presentaba patología
somática alguna, que probablemente sería debido al estrés del trabajo, le
prescribieron fármacos ansiolíticos y antidepresivos que sigue tomando en la
actualidad.
Carlos comenzó a
experimentar que su vida iba cambiando, evitaba acudir a restaurantes, centros
comerciales, cines, comenzó a salir de su casa sólo para acudir al trabajo, lo
cual hizo que su vida de pareja se viera afectada, presentaba un estado de
ánimo bajo, dejó de realizar ejercicio físico y tomar café pensando que así
evitaría esos molestos ataques de pánico con los que pensaba morir.
Cada día se encontraba
peor, por lo que evitaba más lugares por temor a que apareciera un nuevo ataque
de pánico, evitaba ascensores, transporte público, pasear por la calle, nunca
salía de casa sin teléfono móvil o acompañado, se encontraba un poco más seguro
con él, según nos relató. Desplazarse al trabajo en coche también le
preocupaba, por lo que se sentía inútil y que su vida no merecía la pena. Todos
los ataques de pánico que sufría se acompañaban de miedo, a perder el control,
a volverse loco, a morir. Evitaba interaccionar con gente por miedo y vergüenza
a que le notaran los síntomas que presentaba en cada ataque: sudoración,
temblor, taquicardia, vértigos y mareos. Rendía menos en el trabajo, lo que le
llevó a pedir la baja laboral, y acudir a nuestra consulta.
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