jueves, 7 de marzo de 2013

TRASTORNO DE PÁNICO CON AGORAFOBIA.




 Un caso real...

Carlos, 40 años, casado, gerente de una empresa de informática. Acude a nuestra consulta por presentar dificultades para asistir al trabajo, acudir a cafeterías, reuniones, restaurantes, centros comerciales, transporte público, también refiere sentirse muy deprimido. Anteriormente había acudido al médico de atención primaria, quien le había prescrito antidepresivos y ansiolíticos que aún sigue tomando.

Nos relata que todo se remonta a siete años atrás, cuando estando en un restaurante en una cena de negocios, de repente, comenzó a notar unas sensaciones corporales que nunca antes había notado: palpitaciones, sudoración, sensación de asfixia, molestias en el pecho, náuseas, vértigo, sensación de cosquilleo en las manos, ráfagas de frio, y un miedo horrible a perder el control, volverse loco y a morir. La crisis le duró unos diez minutos y para los compañeros de mesa pasó desapercibida. A partir de ese día, Carlos se volvió temeroso, pensando que en cualquier momento podría repetirle, presentaba ansiedad cada vez que por motivos de trabajo tenía que acudir a un restaurante.

Pasado unos días y estando en su casa comiendo con su señora, le repitió, esta vez de manera más intensa, hasta el punto de que lo llevaron al hospital pensando que podía tratarse de un infarto de miocardio, ya que presentaba ahogo y dolor precordial, tras revisión médica le dijeron que no presentaba patología somática alguna, que probablemente sería debido al estrés del trabajo, le prescribieron fármacos ansiolíticos y antidepresivos que sigue tomando en la actualidad.

Carlos comenzó a experimentar que su vida iba cambiando, evitaba acudir a restaurantes, centros comerciales, cines, comenzó a salir de su casa sólo para acudir al trabajo, lo cual hizo que su vida de pareja se viera afectada, presentaba un estado de ánimo bajo, dejó de realizar ejercicio físico y tomar café pensando que así evitaría esos molestos ataques de pánico con los que pensaba morir.

Cada día se encontraba peor, por lo que evitaba más lugares por temor a que apareciera un nuevo ataque de pánico, evitaba ascensores, transporte público, pasear por la calle, nunca salía de casa sin teléfono móvil o acompañado, se encontraba un poco más seguro con él, según nos relató. Desplazarse al trabajo en coche también le preocupaba, por lo que se sentía inútil y que su vida no merecía la pena. Todos los ataques de pánico que sufría se acompañaban de miedo, a perder el control, a volverse loco, a morir. Evitaba interaccionar con gente por miedo y vergüenza a que le notaran los síntomas que presentaba en cada ataque: sudoración, temblor, taquicardia, vértigos y mareos. Rendía menos en el trabajo, lo que le llevó a pedir la baja laboral, y acudir a nuestra consulta.

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